Cortoplacismo: método de decisión empresarial que prima la consecución de objetivos cuantificables en el ejercicio actual, sacrificando a cambio otras acciones que contribuyen a la capacidad futura de la empresa, principalmente despreciando proyectos e iniciativas con valor actual neto positivo.
El cortoplacismo es el peor enemigo de la competitividad y, de esto último, no andamos nada sobrados últimamente.
En muchos casos, la gente toma decisiones buscando la satisfacción inmediata y cuando más alejado esté en el tiempo la recompensa o el fruto de la acción, más reticente está a llevarla a cabo. También ocurre que solo se piensan en las posibles consecuencias positivas, pero no se quiere pensar en las negativas.
En la vida y en el día a día hay que tomar decisiones constantemente, a nadie se le escapa. Algunas tan absurdas como que camisa ponerse o qué tipo de pasta comprar, otras un poco más importantes como apuntarse a inglés o a clases de salsa y otras tan importantes como si estudiar carrera universitaria o ponerse a trabajar.
Cada una de ellas tienen unas consecuencias en menor o mayor proporción en el tiempo. En la vida económica pasa exactamente lo mismo, las empresas, Estados, las familias y los individuos tienen, o mejor dicho tenemos, que tomar decisiones económicas con sus respectivas consecuencias.
Donde quiero llegar es que en muchas ocasiones solo se toman decisiones para el corto plazo sin pensar en el largo plazo, obviando que es más importante el segundo para tener una salud financiera estable. Para hablar de esto, que yo llamo el síndrome del cortoplacista, utilizaré tres agentes económicos que en ocasiones sufren de este fenómeno: Estado, empresa y familia (o individuos).
El principal agente que sufre de este síndrome es el Estado y la razón es muy sencilla, el partido político que entra en el poder tiene cuatro años de vida asegurados, por tanto no les suele interesar tomar decisiones a más tiempo vista. Es aquí donde empieza el primer gran error: la educación.
En España necesitamos un profundo cambio educacional, hacer un proyecto ambicioso a largo plazo, para garantizar a las siguientes generaciones un sistema fuerte y sólido. Para mi, la salida de la crisis empieza en este punto, ya que sufrimos un gran problema de ética, valores y moral.
¿Qué pasa? No interesa a los de arriba dedicar gran cantidad de tiempo y recursos en un fin cuyos resultados no se verán dentro de una generación posterior y por tanto no se podrán colgar posibles medallas.
Sin hablar que el siguiente gobierno seguramente cambiará todo el proyecto estableciendo uno de nuevo. Pero no solo en la educación, sino en los asuntos puramente económicos pasa lo mismo: mercado del trabajo, sistema financiero, presupuestos, sistema de pensiones… Quieren tomar decisiones a corto plazo pensando en su corta esperanza de vida en el poder, cuando realmente necesitamos profundas reformas.
Después ya pasamos a las empresas, donde sus dirigentes quieren buscar abundantes beneficios y por eso se toman medidas a corto plazo.
Evidentemente, no se produce en todas las empresas, ni mucho menos, pero sí que es cierto que hay una cierta tendencia. Sobre todo en las compañías cotizadas, que buscan el incremento rápido del precio de la acción. También es verdad que hay situaciones que requieren el uso de estas medidas, cuando, por ejemplo, la empresa se está dirigiendo a la quiebra o hay algún imprevisto importante.
En estos casos, urge tomar decisiones rápidas y eficaces para evitar el desastre. Con todo esto no quiero decir que no se hayan que tomar decisiones a corto plazo, ni mucho menos, sino que hay que tener en cuenta todos los plazos posibles para así garantizar la continuidad y sostenibilidad de la empresa y su creación de valor. El problema es que a veces los directivos se olvidan de un buen plan estratégico en un horizonte temporal lejano, buscando colgarse medallas inmediatamente. Desde mi punto de vista, esto solo puede traer problemas.
Finalmente, el otro agente económico donde encontramos casos de síndrome del cortoplacista es en la unidad familiar, tanto familias como individuos. Aquí he llegado a oír todo tipo de historias, pero todas tienen en común el consumo y satisfacción inmediata que se busca, sin pensar en las consecuencias futuras de éstas.
A veces la gente pide una hipoteca sin pararse a pensar durante cuánto tiempo tendrá que ir pagando al banco y cuánto supone esto de su sueldo. La persona o personas ven una casa de ensueño para vivir, pero después de firmar y pararse a leer dicen: ¿tantos años tendré que pagar y esta cantidad de dinero? (que quede claro que no estoy hablando de las posibles actuaciones dudosas de los bancos, sino de la parte más clara de una hipoteca).
Otros que pagan una importante entrada al contado para una casa sin saber si el banco les concede la hipoteca. De la misma forma en que empiezan a pagar viajes, coches, pedir préstamos, pero tienen deudas pendientes con otras empresas o personas. Muchos, conducidos por la irracionalidad humana, no ven más allá de tener lo que se quiere, sin pensar en lo que cuesta realmente.
En definitiva, quería hacer esta reflexión desde hace tiempo y que he apodado el síndrome del cortoplacista. Evidentemente no estoy generalizando ni diciendo que todo el mundo haga lo mismo, pero si que es destacable que hay personas que no miran más allá de mañana en cuanto a asuntos económicos se refiere. Para eso, tanto la familia, empresa o gobierno tienen que quitarse esa venda en los ojos que les impide ver más allá y poder hacer una fuerte planificación pensando en el futuro y no solo en el presente.
Fuente: https://elmartilloyladanza.blogspot.com/
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